Ninguno de los tres se percató de las miradas del herido, que empezaba a lamentar seriamente la pérdida de sangre. Al mismo tiempo agradecÃa que la flecha taponara la herida. La piel se habÃa inflamado alrededor de la punta de acero, lo que le daba más tiempo a él y a sus compañeros. Sin embargo, sabÃa que su situación era precaria y que no aguantarÃa mucho más.
El rostro de la princesa, claro y puro, acudió a su mente. SostenÃa entre las manos la flor que Novar le habÃa regalado en su último encuentro, antes de partir a la batalla. En su delirio, el guerrero revivió las últimas palabras de Aenea, tomadas por el sufrimiento.
«Prométeme que volverás, Novar. Prométemelo…»
Asà fue, se dijo, y asà se hará.