En el patio de mi casa las flores duermen, y sus ronquidos son siseos
traÃdos por el viento. Cuando el tiempo lo permite, pues Vitoria es una
ciudad caprichosa, me siento a su lado y les leo lo que tenga entre
manos: un libro, el periódico, las ofertas del supermercado. Ellas se arremolinan a mi alrededor y se dejan llevar por mi voz; yo, sin embargo, me
dejo llevar por su respiración. Es melódica, placentera, y dirÃa, si
pudiera, que de colores pálidos.
Si no tengo nada para leer, les cuento una historia. Al fin y al cabo, un escritor siempre lleva sus letras encima.