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las frescas lluvias de abril.
Antonio Machado
Hoy va por Coco, Eliel, China y el Abuelo, que en esta época del año siempre vuelven a mi memoria.
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Cosas que un lectoamigo no debe hacer*:
1. Nunca jamás en la vida leas sus cosas sin permiso. No vale esperar a que se vaya un momento al baño para cogerle el portátil u hojear sus libretas. Tampoco le mires mientras escribe: eso le pondrá nervioso.
2. No te sientas mal si se niega a enseñarte lo que escribe. Probablemente se debe a que aún no tiene la calidad suficiente para mostrártelo -a su juicio, claro- porque tu opinión le importa.
3. Si no te gusta lo que escribe, dÃselo con mucho tacto. Los escritores son personas sensibles. Bueno, en realidad... a nadie le gustarÃa que echaran por tierra su trabajo, ¿no? Lo que debes hacer es apoyar tu opinión con una crÃtica constructiva.
4. Siguiendo la lÃnea del punto anterior, no insultes a sus personajes. Es decir, puedes vacilarles y pincharles desde el buen humor -eso le gustará porque significa que vives la historia tanto como él-, pero nunca con saña. Los escritores se rasgan las vestiduras intentando crear personajes de los pies a la cabeza; insultándolos solo conseguirás que se ofenda y te mande a la porra. Y con razón.
5. Ten paciencia con sus nuevos proyectos. Tu escritor acudirá a ti con ojos brillantes, deseando contarte esa ida de olla que ha tenido mientras se duchaba... No le digas que es una mierda, que es una tonterÃa o que hay millones de historias parecidas. Asà le estás desanimando, aunque no lo hagas con mala intención. Planear una historia es complicadÃsimo, tanto o más que escribirla. Y si crees que tú puedes hacerlo mejor, ¡adelante!, pero respeta la ilusión y el trabajo de tu amigo.
6. Cuando el escritor hace pop, ya no hay stop. Y ahora tú, que has decidido meter las narices donde no te llaman, eres parte del desarrollo de la historia, de sus emociones y de sus secretos. Queda terminantemente prohibido poner cara de aburrimiento mientras te cuenta sus avances. Es posible que sea un poco brasas, sÃ, pero son las brasas de la ilusión, ¡y las está compartiendo contigo! No seas tan capullo de decirle que te aburres.
7. Si su historia te recuerda a una serie o una pelÃcula con el mismo argumento... Aquà tengo sentimientos encontrados. Por un lado, dÃsela, y asà podrá distanciarse de ella. Por otro... es un bajón tremendo saber que ya no eres original. En cualquier caso, siempre con cuidado.
8. Nunca compares sus historias con las de los demás. Cada escritor tiene su propio ritmo. Uno terminará su novela en un mes, otro en cinco, y algunos ni las terminan. No existe un proceso estándar para escribir.
9. Sé paciente cuando esté bloqueado. El peor enemigo de tu escritor es la página en blanco, y la mejor manera de superarlo es buscando inspiración en lo que le rodea: música, libros, series, personas... Cualquier detalle, por pequeño que sea, puede ser la clave para escribir un capÃtulo entero.
10. Alégrate cuando esté feliz y apóyale cuando esté triste. Y cada vez que termine algo, monta una fiesta en su honor.
*Este decálogo es apto para todas las disciplinas artÃsticas.
Asà es la cabeza del escritor: desordenada, caótica, un armario de ideas sin fondo. Parece difÃcil encontrar algo concreto, pero nada más lejos de la realidad: buscar una pieza les cuesta dos o tres segundos. El problema está en que esa pieza se ha enredado con otra, y asà sucesivamente, y es casi imposible trasladarla al papel sin llevarse tres por el camino. Ser cirujano es más fácil. Solo son vidas humanas, dirÃa alguno.
Asà es la cabeza del escritor: millones de piezas de millones de puzles. Casi todos están completos —allá lejos, un punto apenas visible… o rodeados de neón verde; en cualquier caso es lo mismo porque el escritor se ofusca y no ve lo que tiene delante— pero no lo saben. Y cuando quieren sacar una idea no lo hacen con cuidado, sino que vuelcan el armario y rebuscan como si nadaran en un mercadillo de rebajas. Ya lo veo: “¡ah, aquà está! Pero, un momento… ¿y esto? ¿Cuándo he pensado yo…? Pero igual… No sé, si cojo esto y esto podrÃa crear las subtramas… Ahora necesito un universo. ¡No huyas, cobarde!” Y una vez terminan, lo meten todo otra vez en el armario. Total, piensan, si nunca se llena. Lo que no saben es que sà se desordena y cada vez es más complicado ponerse una camiseta sin perder los pantalones.
Asà es la cabeza del escritor: millones de piezas de millones de puzles. Casi todos están completos —allá lejos, un punto apenas visible… o rodeados de neón verde; en cualquier caso es lo mismo porque el escritor se ofusca y no ve lo que tiene delante— pero no lo saben. Y cuando quieren sacar una idea no lo hacen con cuidado, sino que vuelcan el armario y rebuscan como si nadaran en un mercadillo de rebajas. Ya lo veo: “¡ah, aquà está! Pero, un momento… ¿y esto? ¿Cuándo he pensado yo…? Pero igual… No sé, si cojo esto y esto podrÃa crear las subtramas… Ahora necesito un universo. ¡No huyas, cobarde!” Y una vez terminan, lo meten todo otra vez en el armario. Total, piensan, si nunca se llena. Lo que no saben es que sà se desordena y cada vez es más complicado ponerse una camiseta sin perder los pantalones.